Sueño de otoño

 29 de octubre y notas ya el otoño casi invierno en la ciudad. Es esa sensación cuando abres lo ojos de noche-madrugada; cuando abres los ojos y al principio, desubicada, no sabes si acabas de despertarte o acabas de echarte a la cama.
 Miras qué hora es, y son las 5; pero es la misma sensación nocturna... da igual si son las 7 de la mañana como de la tarde, es la misma luz nocturna, como si el sol se apagara. 
 Te das cuenta que te has olvidado de cerrar la ventana antes de acostarte, porque es tu costumbre tenerla abierta, como si una estuviera a la espera de un Peter Pan imaginario buscando su sombra, esa que siempre todos, y no sólo él, pierde de noche.
 Percibes el frío matutino y sientes los pies helados. Te has acostado con los calcetines puestos, pero alguno se ha perdido entre las sábanas. Y recuerdas que alguien te comentó un día que si tienes los pies fríos es imposible dormir.
 Y llega un momento, cuando ya poco a poco ese frescor helado te va espabilando, que no sabes si buscar el calcetín perdido por las sábanas o directamente incorporarte de la cama a cerrar esa ventana; porque hace frío y sigue siendo de noche.
 Al final decides levantarte de la cama, con ese pie derecho que aún guarda su calcetín intacto, andas de puntillas y cierras la ventana. Y en lugar de buscar el calcetín perdido optas por deshacerte de él y buscar otro par de calcetines (ya lo buscarás a la mañana siguiente). Y te vuelves a refugiar en la cama, y te cubres casi hasta las orejas con la manta, y sientes la sensación de estar protegida y resguardada, que nada te va hacer daño: no hay monstruos, no hay nada. Y vuelves a cerrar los ojos... Siempre tengo dicho que el otoño invita al sueño.

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