Poco a poco

 Poco a poco. Sin lugar a dudas esa ha sido la frase que más he escuchado pronunciar en mi vida. No importa el contexto, las cosas parecen ir siempre poco a poco. Es una manera de quitarle aceleración al tiempo, despacio, no hay prisa.
 Y te recuerdas dedicándole una de tus más desalentadoras miradas al plato de alcachofas con verduras que tenías delante. Ese poco a poco paciente, con el que te animaban a comer algo,como si el hecho de comer despacio iba a conseguir algo, acababa convirtiéndose en todo un sinsentido razonado:
_ Es que no me gusta.

_ Yo ya he comido. Venga, come.
_ Claro como cocinas tú, haces lo que te gusta, pero a mi no me gusta... y no me gusta.
_ ¡Que comas de una vez! Siempre nos dan las tantas con el plato delante. ¡Hay que ver con la niña!
 No era justo. No, no lo veías justo cuando estaba claro que el problema no estaba en comer, sino en cuestión de gustos. 
Tampoco te podrías por entonces ni imaginar que unos treinta años después, volverían a estar pendientes de tu alimentación (tampoco podrías ni imaginar que te acabasen gustando las alcachofas)
 Y lo que antes llamabas "el médico de comer" se convierte en nutricionista dietista. Y vuelves con los pies descalza a saludar a esa báscula rara de metal reglada, como si te hubiera estado aguardando con los años y se resistiera a lo digital.
_ Parece que vamos recuperando peso.
_ Bueno, sí, poco a poco.
_ ¡Eso es! poco a poco.

Nunca digas...

 No me gusta utilizar la palabra "adiós". No, no me gusta. Me produce cierto sabor amargo pronunciarla en una despedida, incluso aunque sea escrita. Es como esa sensación de estar diciendo algo, "por si acaso no volvemos a vernos", y puede que en alguna ocasión así sea (y en otras circunstancias incluso lo deseas) pero sigo sin usarla.

 Del mismo modo tampoco me gusta recibirla. 
Solía quejarme, principalmente al verla escrita.
_ ¿Adiós? No pongas adiós, pon "hasta otra", en todo caso.
_ Pues hasta otra, ¿qué más da?
_ A mí sí me da.
 Y de eso la gente se acuerda. A lo mejor no recuerdan tu cumpleaños (lo de que no me gusta recibir llamadas ese día, también se olvida), pero lo del "adiós" queda sellado en la memoria.
 Tal es así que cuando se usa, os podéis imaginar cuándo se usa: al término de una de esas discusiones acaloradas en las que en la mayoría de los casos ninguno lleva la razón, pero se intenta. Naturaleza humana. Somos así: sabemos lo que molesta y cuándo y cómo hacer uso de ello. Es una de las cosas que ya usábamos en la infancia y, de una forma más o menos educada, seguimos haciendo. 
 Del mismo modo se sabe que dependiendo del grado de importancia que vas otorgando a las personas que se cruzan en tu vida, el uso de una sencilla palabra puede llegar a hacer más o menos daño. Recibes un "adiós", y te pones a la defensiva, porque sabes por qué se ha dicho y la manera en que se ha dicho, y te sale un: "pues que te den". Y ahí queda la cosa.
 Una de las veces en las que he vivido tal situación -el de la discusión acalorada en las que se te echa en cara algo- fue con una de esas personas que consideras o tienes catalogada, como una de las que más te conoce (porque es así, esas discusiones siempre suelen producirse o con quién más te conoce o con quien no te conoce de nada).  Y esta vez me sorprendió al término de la misma utilizando un inesperado:"Hasta nunca". Puñalada al alma. "Adiós" -fue mi respuesta. Y sabiendo lo que se sabe, y que a estas alturas ya todos sabéis, no era tampoco lo que se esperaba. Y ahí queda la cosa, tajante (del orgullo humano hablaremos en otra ocasión), sin vuelta atrás; y días después recibes en el móvil: 
Entonces qué prefieres, ¿el 'hasta nunca' o el 'hasta siempre'?