Obsesiones Temporales

Las tiendas de antigüedades siempre le habían producido una sensación de vacío y desazón difíciles de explicar. Quizá fuera la sensación de humedad amenazando carcoma, o el olor a naftalina; quizá la escasa iluminación del local o el silencio sólo interrumpido por el crujido de madera vieja bajo sus pies. Puede que fuera todo en su conjunto, pero le parecía que entrar allí era abandonar el mundo real para entrar en otro entorno completamente distinto, diferente, como si el tiempo se hubiera detenido y se encontrase suspendida en un paréntesis.
Miró a su alrededor y le recorrió cierto escalofrío. Aquellos objetos allí expuestos, inertes, sombríos, con los evidentes signos del paso de los años en su haber, le transmitían melancolía. Como si hubieran cobrado vida y  añorasen cualquier tiempo pasado, a la espera de ser observados. Como si el sólo hecho de sentirse reflejados en el iris de una mirada supusiera recobrar parte de la utilidad que un día tuvieron. No eran prácticos. La mayoría de ellos habían perdido su razón de ser y beneficio. 
Sin embargo tenían una característica peculiar, algo que habían adquirido con los años y los hacía únicos: la capacidad de transmitir su esencia original a la mente del individuo, haciéndose hueco en ella de una manera sencilla y humilde, sin estrategias sofisticadas, pero de una forma tan sublime y de elegancia exquisita, que podían llegar a convertirse en verdaderas obsesiones. Ese no saber cómo explicar que apareciese una vez más en aquella tienda, la sombría, la que le daba escalofríos, la que le transmitía melancolía a por otra olvidada muñeca de porcelana.